martes, 15 de noviembre de 2011

Curse my name

El pequeño payaso pierrot se arrodilló junto a la señora, dejandose caer sin mirarla a los ojos.
-No he podido encontrar nada más, -dijo temeroso y atragantandose con sus palabras.- Lo siento muchisimo, mi señora.
Ella se rió entre dientes Chasqueó los dedos y un criado con cara de indiferencia le tendió una bandeja de plata con un brillante cuchillo. La cogió y miró como la tenue luz de las antorchas relucía sobre su filo.
-Vaya... ¡una pena!- contestó secamente, empuñando el cuchillo.
El niño miró temereso como sujetaba el arma que iba a quitarle la vida. Cuando la señora atravesó limpiamente su estómago, abrió mucho los ojos y un pequeño hilo de sangre se resvaló por la comisura de sus labios. El cuerpo inerte cayó al suelo. La majestuosa mujer sonrió para si, volvió a dejar el cuchillo en la bandeja y pidió entre dientes que se llevaran el desecho que había caido a sus pies. Se sentó en su silla de terciopelo rojo y se mordió el labio. Hizo pasar al siguiente. Se le estaba resistiendo y no podía ser así. Un encapuchado entró en la estancia. Solo podía apreciarse la capa de terciopelo negro que le cubría de la cabeza a los pies, pero por sus movimientos y sus manos, pudo preever que se trataba de una mujer joven. Se quitó la capucha. Sus facciones aniñadas quedaron a la vista. Llevaba todo el pelo rubio ceniza recoido en un pulcro moño alto. Una delicada sonrisa se entrevió en ese rostro que parecía no haber roto un plato. Sus carrillos sonrosados y una nariz pequeña completaban el rostro perfecto. Entre las manos llevaba un cofre de madera tallada con motivos vegetales. Se inclinó ligéramente delante de ella con una reverencia. Abrió el cofre con cuidado.
-No está mal- dijo la señora.
-El corazón de una joven virgen, aún latiente. No es el de él, pero tenemos la certeza de que no volverá a besar a su amada.- Rió por lo bajo.
La sonrisa de la señora se hizo más grande.
-Me encanta- La tendió la bandeja de plata.- Tendrás el honor de hacerlo tú misma.
La pequeña agarró el cuchillo y sin dudarlo un momento, en vez de clavarlo en el órgano se lo clavó a su señora en el estómago, y no pudo articular palabra antes de expirar. Elodie extrajo el arma, la limpió con la capa y se la enganchó en el cinturón. Salió de la sala despacio, tirando descuidadamente al suelo el cofre con el corazón, su corazón.

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